BCS vive crisis de inseguridad y violencia

Última actualización: 23 Marzo 2015

La violencia se ha desatado en La Paz, BCS, donde el crimen ya opera como en Michoacán, NL o Sinaloa.

Fuente y foto: El Universal

http://www.eluniversal.com.mx/primera-plana/2015/impreso/la-paz-bajo-fuego-48971.html

La Paz.- Dicen que le llamaron La Paz porque era una ciudad muy tranquila. Que nadie se metía con nadie, es más, que no pasaba nada. Mi padre fue Manuel Rodríguez Chávez, y dos escuelas llevan su nombre, porque llegó hace muchos, muchos años.

De pronto advierto que la mujer que cuenta la historia de un lugar que hace alusión a la paz, es Carmen Rodríguez Beltrán, quien tuvo que brincar los cuerpos de varios sicarios para llegar a su hijo, herido de bala durante un enfrentamiento entre un grupo de narcotraficantes.

—Sí, ¿verdad? Tal vez ya no debería llamarse La Paz, ¿no? —ríe Carmen, una mujer de piel color cobre y ojos grandotes que cuando habla pronuncia fuerte la che y tiene una obsesión con las fechas —: Luis Isaac nació el 10 de diciembre de 2006, año en que se inventó el Facebook.

Carmen cuenta que en ese punto en el que estamos, más o menos a la mitad de la calle, los sicarios balearon a su hijo, la primera víctima colateral de la narcoguerra que se desató en La Paz hace apenas nueve meses. Le rebotaron dos balas: la primera en la pierna y la segunda cerca de la pelvis.

El día de la tragedia

El 5 de noviembre, a las 7: 35, cinco días antes del cumpleaños de Luis Isaac, recuerda Carmen, “yo estaba hablando con mi comadre por teléfono cuando se oyeron las detonaciones: pum, pum, pum. De inmediato pensé en Luisito, que supuestamente estaba aquí jugando en el patio, sin embargo, salí a la carrera y no estaba”. Angustiada, Carmen abrió la reja negra y vio a tres hombres convulsionándose en el piso, y a su hijo escurriendo sangre.

La pierna derecha soltaba chorros de sangre que impregnaban rápidamente sus tenis de Spiderman y su short de mezclilla. A pesar de las heridas el niño alcanzó a cruzar la calle y llegar con su madre, “no me voy a morir, mami”, fueron las palabras de Isaac, antes de desvanecerse sobre un sillón recubierto de tela de colores.

Luis Isaac había salido de su casa y cruzó la calle para buscar a un par de niños que vivían en una vecindad cercana, pero como el huracán Odile había dejado sin luz su cuadra, no vio a los sicarios que se acercaban armados y con cuernos de chivo.

“Andaba jugando con una amiga. Andábamos buscando a su mamá. Me asomé, crucé la calle. Se escucharon como cohetes. Y vi como luces, así como rayos láser rojos y unos hombres corriendo y corriendo. Quería escapar, traían balas”.

Luisito cuenta con voz dulce que sintió como si alguien le hubiera pegado muy fuerte, después no sabe qué pasó; dice que le salió sangre y se asustó. Se levantó, caminó y luego llegó a su casa sintiendo como si se hubiera clavado una astilla gigante.

“Fue un día muy horrible que nunca se me va a olvidar, me imaginé lo peor, yo pensé que le había dado en las partes blandas, del muslo. Dios quiso que le tocara a él, fue su voluntad. Pero bendito, porque me lo cuidó; si le hubiera dado en otra parte ya no estuviera aquí”. Carmen se desmorona y llora, llora mucho.

No busca culpables

Ella no quiere saber quién le disparó a su hijo, sabe que quedó entre el fuego cruzado de dos bandos de sicarios. Pero no denunció a nadie, ya no le interesa saber quién fue, quién hirió a su Luis, porque finalmente él está aquí.

Recuerda que fue difícil: todos los días al hospital, y los médicos recordándole que si la bala hubiera caído unos dos centímetros abajo, su hijo se hubiera desangrado y muerto en cuestión de minutos. Carmen tenía pesadillas, se despertaba de madrugada y revisaba que Luis estuviera dormido en su cama.

Y la mujer obsesionada con las fechas recuerda otra: 22 de noviembre de 1963. “Al principio tenía pesadillas como Jackie Kennedy, ella tenía muchas y yo leí que cuando murió su esposo tenía delirios de persecución. Y era lo mismo que estaba pasando yo”.

Han transcurrido poco más cuatro meses, y las marcas en el cuerpo de Luis Isaac siguen rojas. Baja un poco su pantalón y muestra las heridas que le dejaron las balas. Son llagas que van cerrando muy lentamente.

Carmen dice que nunca lo olvidará, pero espera que Luis Isaac sí lo olvide. Le parece curioso: hace unos días llevé a su hijo a un Burger King, un restaurante de hamburguesas. “Estaba un niño como de unos seis años, y estaba jugando con Luisito y le hacía ‘pum pum, pum’, mientras le apuntaba con una pistola imaginaria. Pero nunca se imaginó que era el niño baleado”.

Le tocó al niño, dice Carmen resignada, culpa a la oscuridad, a esa lámpara que nadie arregló, tal vez así su hijo hubiera visto lo que estaba pasando. Le duele mucho, mucho. ¿Estarán muertos, estarán vivos los sicarios? En realidad no le interesa.

Luis Isaac fue la primera víctima colateral de la violencia que se ha desatado en La Paz, Baja California Sur, uno de los atractivos turísticos de México, y donde desde junio de 2014 se han incrementado los homicidios violentos, con casi 90 hasta la fecha.

La cifra va en ascenso: durante 2009 se registraron 34 homicidios. En 2014 se contabilizaron 120. Esto representa un incremento de 352%.

“Ojalá que algún día la paz vuelva aquí a La Paz. Esperemos que todo sea como antes, que nadie nos matemos, que no haya nada de violencia, que sea La Paz de antes. Yo quisiera ser Dios para que no haya esa violencia; yo no le deseo a nadie lo que le pasó a mi hijo. Y no se vayan a asustar si alguna mamá ve esto, no le va a pasar a sus hijos, le tocó a Luisito y Dios así lo quiso”, dice Carmen.

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