El fin de la meritocracia

Última actualización: 10 Marzo 2015

Estamos presenciando el fin de lo que llamaremos “meritocracia”, sistema que se adquiere una plaza por conocimientos o habilidades

Fuente: Sin Embargo

http://www.sinembargo.mx/opinion/08-03-2015/32499

Por Benito Taibo

Según la leyenda, Leónidas y sus 300 soldados espartanos esperan pacientemente en “Las puertas de fuego”, también conocido como el paso de las Termópilas, el avance de las tropas de Jerjes I, el emperador persa, intentando contener su marcha.

Según Heródoto, el padre de la historia, más de 250 mil arqueros, soldados, portadores, jinetes de caballos y elefantes, sátrapas y los temibles “inmortales” (la guardia personal del emperador compuesta por diez mil soldados) avanzan hacia Grecia, prometiendo destruirlo todo a su paso.

En ese desfiladero, la única vía posible para concretar la invasión, esos 300 hombres logran contener durante tres largos y sangrientos días a uno de los ejércitos más grandes de todos los tiempos.

Todos sabemos el resultado, pero eso, para el caso que hoy me ocupa, podría ser lo menos importante. Esa resistencia heroica, y sin duda suicida, ha sido un ejemplo constante, a través de los siglos, de valentía y patriotismo.

Los 300 fueron escogidos personal y cuidadosamente por Leónidas, tomando en cuenta sus habilidades y sus méritos en batalla. El honor personal de cada uno de esos guerreros estaba en juego, pero también una noción de patria que aparentemente se ha perdido, sepultada por el polvo del tiempo.

Los hombres que acompañaron a Leónidas a encontrar su destino, y a pelear a la sombra de las miles de flechas persas que oscurecían el cielo no estaban allí por casualidad.

No eran hijos de alguien, ni compadres de nadie. No accedieron a ese glorioso lugar en primera fila de la batalla por tener oro, ni tierras, ni amigos poderosos.

Dicen que un soldado espartano equivalía a treinta o cuarenta de los otros por sus capacidades.

Todo esto viene a cuento porque en estos penosos, banales, tristes días, estamos presenciando el fin de lo que llamaremos “meritocracia”, ese sistema de definición jerárquico que simplemente consiste en ser elegido para ocupar un lugar, una plaza, un puesto, un cargo, por los conocimientos adquiridos, las habilidades que poseas, la experiencia acumulada.

Algo que aparentemente dejo de suceder.

Ahora vale más ser hijo de gobernador, amigo del jefe, amante del secretario, cuate del que toma las decisiones para allanar en mucho el camino hacia el privilegio y la gloria, sin necesidad de esos engorrosos trámites para adquirir a lo largo de la vida, los méritos suficientes, esos que sólo se consiguen con mucho esfuerzo y mucho tesón.

Hoy por hoy, un montón de advenedizos, “mirreyes”, compadres y hasta simples lacayos de turno, han llegado hasta importantes puestos e incluso candidaturas para cargos de elección popular, sin tener ni el mérito ni el reconocimiento suficiente para ello.

Sí Leónidas hubiese escogido, muy a la mexicana, esos trescientos soldados que lo acompañarían a las Termopilas, de entre sus compañeros de parranda y cochupos, a los hijos de su primo, a unos riquillos con espadas nuevas y plateadas, forjadas con dinero y que no habían sido usadas nunca, a unos que parecen hábiles pero que no lo son, la historia de esa hazaña tal vez jamás hubiera merecido la pena de ser contada.

Tal vez, ni siquiera hubiera sucedido la hazaña.

El mérito es cosa del pasado. Hoy, se crean famas instantáneas que catapultan a algunos elegidos mediante oscuros sistemas y fórmulas de conveniencia mutua, y los hacen parecer candidatos idóneos para dirigirnos a todos.

Están vestidos de sedas caras y armados con escudos y espadas refulgentes que les quedan grandes y que no han sido usados nunca de los nuncas; son armas heredadas, compradas, robadas, adquiridas a la mala.

Sí hoy, con ellos tuviésemos que defender el desfiladero para proteger a la patria, ya podemos darnos por vencidos.

Desde que se adueñaron de ella, no hay patria que defender, es sólo una apariencia, y no la realidad.

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